Partimos de la base de que el
mercado es eficiente y descuenta toda la información conocida sobre un activo,
e incluso se toman en cuenta determinado rumores que tiene visos de
verosimilitud (un aviso de revisión de resultados o de objetivos, una operación
corporativa, problemas políticos en los países en los que operan, una
enfermedad de un importante directivo…) Sin embargo, cada vez con más frecuencia nos encontramos
con precios de compañías que se van alejando de su valor real ya que el
inversor, institucional o privado, le castiga por encuadrase en un sector o
tener su sede social en un país determinado. Así vemos como el Ibex 35 lleva un
inicio de año bursátil muy negativo, mientras que por ejemplo el Dax obtiene
una rentabilidad positiva de doble dígito. Es cierto que España está
atravesando por dificultades macroeconómicas serias, como lo demuestra el
aumento de la prima de riesgo con respecto a Alemania o los elevados tipos de
interés a los que ha colocado la deuda en la última subasta, pero eso no tiene
que conllevar implícitamente una pobre evolución de las principales acciones
del país, sobre todo en los casos de multinacionales que tienen la mayoría de
las ventas y los ingresos fuera de nuestro país.
Otro ejemplo de miedo, y de gran
actualidad lo tenemos con la petrolera Repsol:
Los problemas de la compañía
energética con Argentina arrancan a principios de año, dejando caer tanto el
Gobierno como las principales Provincias productoras de petróleo que en la
coyuntura actual se podrían poner trabas a una YPF no argentina, e incluso
proceder a su nacionalización. Durante marzo varias Provincias retiraron su
autorización a YPF para la extracción de crudo, lo que aceleró la caída de la
cotización bursátil y que muchos analistas procediesen a actualizar sus
estimaciones sobre Repsol. Plantearon varios escenarios, incluido el de la
pérdida total de YPF (ingresando cero euros por ella) y la mayoría llegó a una
sorprendente conclusión: Repsol, ya sin YPF, ofrecía un importante descuento
con respecto a su cotización. Excuso decir, que una vez que se ha conocido la
nacionalización de YPF, la cotización de Repsol ha bajado de una forma más
importante aún, aumentando el potencial alcista de la acción. La explicación,
el miedo de los entonces accionistas de Repsol.
Otro ejemplo más claro del miedo
a una noticia negativa sobre una compañía la tenemos en los bonos de la propia
Repsol:
En concreto vamos a coger el bono
de 2017. La petrolera es una compañía que no tiene problemas a la hora de hacer
frente a sus pasivos y por ello cuenta con una calificación crediticia
cómodamente instalada dentro de “investment grade”. Su comportamiento, como
vemos en el gráfico no difiere mucho con la de otros bonos corporativos
equivalentes, hasta que a principios de abril los posibles problemas en
Argentina aumentaron la rentabilidad por encima del 4%, ofreciendo ya un
diferencial interesante con respecto a otros bonos similares. Sin embargo la confirmación
de la nacionalización de YPF ha llevado a muchos bonistas a dejarse llevar por
el miedo y tomar decisiones cuando menos poco meditadas. Sí es cierto que la
pérdida de YPF disminuirá los ingresos futuros de Repsol, pero también lo es
que seguramente recibirá un indemnización por YPF (aunque no sabemos si esta
será satisfactoria) y que la compañía cuenta con activos susceptibles de vender
(participación en Gas Natural) si le fuese preciso para hacer frente a sus
obligaciones financieras. Por ello, vender un bono de Repsol con una pérdida de
hasta más de un 7% en un día, cuando la rentabilidad de todo un año no llegaba
al 4,25% cabe achacarla al miedo. Así se evita tener problemas dentro de cinco
años, pero se malvende hoy un buen activo, como si se tratase de un mal “bono
basura”.
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