miércoles, 11 de julio de 2012

Vivimos una crisis de deuda


Sin duda estamos asistiendo a la crisis más importante que golpea a Europa y a Estados Unidos desde la Gran Depresión del 29. Cuando empezó hace ya algunos años los políticos presintieron la gravedad y actuaron tirando de manual y aplicando en esta ocasión políticas keynesianas, que fueron las que se utilizaron en aquella ocasión para tratar de estimular la economía. Pero esta crisis no está siendo diferente de otras en su origen y su evolución y si se está enquistando es por la existencia de una entidad jurídica, la Unión Europea, y una moneda, el euro, que restringe las posibilidades de política económica y la soberanía de los países europeos a la hora de llevarlas a cabo.

Como decíamos, la génesis de la crisis ha sido la habitual: Se crea una burbuja, que en un momento determinado explota, afectando a determinadas inversiones que no han sido correctas y que pueden depurarse. Esto se va a traducir en que el sector financiero puede tener mayores dificultades porque muchos de los créditos que habían inflado la burbuja resultarán impagados. También repercutirá en el sector público vía menores ingresos y mayores gastos sociales, aumentando el déficit público si no se toman medidas al respecto.

En esta ocasión el origen ha estado en las ya famosas hipotecas “subprime” que en Estados Unidos comenzaron a concederse por una iniciativa legislativa. Gracias a eso (y al dinero barato que propiciaba la FED vía tipos de interés) se incrementó en gran medida el precio de las casas. Los bancos norteamericanos eran conscientes del riesgo que corrían, por ello decidieron vender en el mercado de la inversión sus malas hipotecas juntándolas con otras de primer nivel. Para hacerlo más atractivo consiguieron que las agencias de rating otorgasen a estos productos financieros su máxima calificación crediticia. De esta forma consiguieron venderlas por todo el mundo. Cuando la burbuja estalló y muchos propietarios no pudieron hacer frente a sus hipotecas, el castillo de naipes se derrumbó y muchas entidades financieras se encontraron con lo que eufemísticamente se llamó “activos tóxicos”; esto es, activos comprados a un precio muy inflado que a precios de mercado actual representaban una pérdida muy importante. En Estados Unidos más de una veintena de bancos, con Lehman Brothers a la cabeza, quebraron, otros fueron intervenidos por el Gobierno y para otros se facilitó que bancos sanos se hicieran cargo de ellos. En Europa los gobiernos optaron por ayudar directamente a los bancos en problemas.

Sin embargo no fue esta la única decisión que llevaron a cabo los políticos. Éstos, ante el miedo que cundía en la población, que veían como se desplomaban los mercados financieros y comenzaban a salir los primeros datos macroeconómicos que hablaban de recesión y ante una ciudadanía que veía que no había nadie que tomase las riendas, decidieron adoptar políticas de estímulo de la demanda vía gasto público. En Estados Unidos, con una economía más grande y con el dólar pudiendo depreciarse han conseguido evitar una larga recesión.

En Europa las circunstancias han sido distintas y los Gobiernos no han empezado a tomar decisiones acertadas hasta que la realidad del mercado les ha obligado. El aumento del gasto público y del déficit público en una situación de bajo crecimiento o incluso  de recesión aumenta el riesgo de impago de la deuda, lo que se traduce en el aumento del tipo de interés al que hay que pagar los intereses, y si la situación no se encauza puede terminar en una suspensión de pagos. En los países de la zona euro el entramado institucional y la imposibilidad de depreciar la moneda ha propiciado que los problemas de un país o de sus bancos sean los de todos, ya que los bancos son impelidos por los estados a comprar deuda pública y una quita o una suspensión de pagos de un país miembro afectaría a los bancos de otros, que podrían necesitar la intervención de sus respectivos gobiernos para que no quebrasen, y esa intervención podría llevar a que dicho país necesitase ser rescatado.

Como vemos, pues, se trata de una crisis de deuda y la solución tiene que ser ortodoxa: reducir el déficit público para que resulte más barata la financiación de cada país, y dentro de cada uno la de las empresas, que a fin de cuentas son las que generan innovación, puestos de trabajo y riqueza para las naciones. No se puede combatir una crisis de deuda generando más deuda. También hay otra solución que puede ayudar a mejorar la situación, y es el saneamiento del sistema financiero. En ninguna constitución de ningún país europeo está escrito que un banco no pueda quebrar. Tampoco ningún partido político ha llevado nunca esa propuesta en su programa político. Lo que se debería haber hecho, y quizás todavía se esté a tiempo, es dejar quebrar bancos que no sea viables de forma alguna, y de los que tengan problemas, convertir a los acreedores (bonistas) en accionistas. De esta forma los bancos ampliarían capital para cumplir con sus necesidades de capital, y de otra, las malas inversiones de particulares (los poseedores de deuda de los bancos con problemas) las afrontarían ellos solos, y no entre todos los nacionales de un país. Esta medida disminuiría la deuda pública en circulación de un país, facilitaría la financiación y aumentaría la credibilidad del país.

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